Crónicas de calles

  

Acababa de salir de un negocio que frecuento por los lados donde hay talleres de motos y que por la cercanía me permite descansar un buen tiempo para continuar rumbo a donde vivo. Nunca había visto problemas por tener esta costumbre. Una persona mayor que deambula por estas con el fin de disfrutar de una caminata y que le sienta bien hacer ese tipo de ejercicio, que cualquiera podría decir que eso está bien, sin contar con que existen otros que andan en su rebusque. Y es ahí cuando comienza el drama. A uno, a Ud., lo conocen en las calles que frecuenta y andan buscando qué se pueden conseguir. Y en este mundo donde los mal habidos hay, se vive en peligro si da la pata, como diría uno de esos amigos que conocí en otros tiempos. Si Ud. o yo salimos convencidos que todo anda bien aunque no tenga un peso en lo bolsillos, ya hay otros que lo han visto por ahí, a veces trabajando y otras no, pero suponen que cuando haya la oportunidad le pueden salir de manera infame a amenazar con el fin de levantarse algo que les pueda servir para redondear la lata o para el vicio que es muy común por estas calles. Se aprovechan de nada. Suponen de que cualquier cosa se pueden conseguir. Sí, como digo, salía de este local de comercio a coger la Quinta con 24 e irme tranquilo para la casa, y al bordear la Quinta alcanzo a distinguir a alguien que se acerca, y viene solo igual que yo, y me aborda directamente y dice:

- Regáleme algo que vengo con hambre.

Yo le digo que no tengo y pretendo seguir mi camino como iba; y entonces este se me acerca más y repite como si no le hubiera escuchado:

- $200  pesos en cuando sea.

Le insisto que no, y pretendo seguir el camino que llevaba, pero este al ver que le digo que no, insiste diciéndome:

- Yo sé que lleva. ¿Sabe una cosa? Estoy que me mato, o mato.

Yo meto una de mi manos en el bolsillo y escarbo las pocas monedas que puedo, buscando los $200 que me pidió en un comienzo, y como trastabillo saco una de mil y sigo buscando y encuentro otra de $500 y así sigo. 

Entonces me dice:

- Deme esa de mil. Que si quisiera, mire lo que llevo:

Y me muestra un cuchillo de esos viejos de cocina que lleva en sus bolsillos. Amedrenta en medio de este sector de la quinta que es solitario a esas horas al llegar a la 25. Serían las 8 y media aproximadamente de la noche del día de ayer.

Así encuentro por fin la de $200 que sabía llevaba en el bolsillo y se lo ofrezco, para que me deje tranquilo.

- No, dice. Deme todo lo que lleva.

- No la monte, le contesto, y le entrego los doscientos y los quinientos para que me deje tranquilo.

Refunfuña osco, mientra me alejo y así trato de avanzar más rápido esperando que alguien más se atravesase por ahí. 

Y no. Nadie. Solo el personaje que digo y yo. 

Y claro, que cuando a Ud. le pasa con frecuencia estas cosas con gentes de calles, es porque existe alguien o algunos que están dispuestos a hacer cualquier cosa con tal de amedrentar, aunque a veces no me lo creo, pero ha sucedido así desde que llegué a esta ciudad que en otros tiempos consideré la más segura y buena para vivir, y aunque confieso, circunstancias parecidas las he vivido en Colombia y en un país vecino. 

En tres años muchas cosas han sucedido y nos hemos envejecido, y la delincuencia en las calles ha aumentado, y claro que uno termina pagando los platos rotos de otros.

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